Lo vi claro cuando el otro día leí la noticia: Disney, la supercorporación de la utopía políticamente correcta, dejará de emitir publicidad de comida basura. No sólo eso, sino que en un intento de adoctrinar nutritivamente a las masas, creará la etiqueta "Mickey Check", el sello identificativo de los alimentos saludables. Que un ratón avale tu dieta es muy American Dream. Me pregunto si estamparán Mickey Checks en cada naranja, lechuga o tomate que se produzca en el campo español. Sería bello.
A lo que iba. Lo vi claro entonces. La comida rápida es un elemento subversivo en la cadena de montaje de aspiraciones occidental. Es punk. Como lo fueron los cigarrillos la década pasada. En un mundo en el que cada céntimo cuenta no podemos permitirnos pagar los tratamientos de salud de las gordas y los gordos, auténticos dinamitadores del pensamiento único y estandartes del desprecio por el canon estético. El demonio tiene forma de Big Mac, como hace años tuvo forma de droga, de amor libre, de comunismo, de laicismo. Comer como un cerdo es hoy en día una actitud tan revolucionaria como lo fue en su día dejarse patillas. Castigar el cuerpo para proporcionarnos placer es la última forma de protesta que nos queda, porque el cuerpo es el objeto final de propaganda del sistema. Si hay cuerpos perfectos, el sistema funciona. Somos hombres y mujeres anuncio.
Lo bonito de la comida basura, precisamente lo atractivo que tiene, es el riesgo que conlleva. Es la mística del veneno, que en pequeñas dosis altera el organismo lo suficiente como para acercarlo al éxtasis. De hecho, numerosos estudios intentan probar que estos alimentos afectan al cerebro de manera similar a las drogas. Muchos recordaréis las imágenes de una enfurecida americana golpeando a la chica de la ventanilla de un drive thru tras enterarse de que se habían agotado los nuggets de pollo. O tal vez, también en EEUU, aquella señora que se prostituía por el mismo manjar a la puerta de un McDonalds. Comer guarro te coloca inmediatamente en la liga de lo macarra. Si flirteas con el fast food pero no sucumbes completamente a su llamada, eres uno contra mundo, un utopista con los pies en la tierra. Un Winston Chruchill, un Harry Callahan, una Lisbeth Salander. El presidente Obama para en un establecimiento de comida rápida con sus hombres y pide unas hamburguesas, alitas de pollo. La imagen le acerca al pueblo; es un hombre duro, que no renuncia a su pisar la línea. Su mente está más allá de las preocupaciones físicas. Hace cincuenta años estaría bebiendo whisky y dando palmadas en el hombro de algún estibador malencarado. Hoy en día, esta escena sería impensable, porque esas productos llevan la carga semántica de un pasado atávico que queremos enterrar. Pero si la comida basura te atrapa de verdad pasas a ser un freak denostado y un outsider. Un místico de lo terrenal y el enemigo a batir. Hace 20 años los tipos malos tenían bigote. Hace 10 fumaban. Es posible que en breve se alimenten de pizza y burritos, y pidan un extra de queso en sus nachos.
A mí, que tengo una relación de amor - odio (como todos los verdaderos romances del mundo) con la comida rápida, no me hacen ninguna gracia estos ataques a lo gocho. Negarnos el placer de comer mal es negarnos el placer de pensar y actuar por nosotros mismos, de equivocarnos, y tomar decisiones. Después de todo, comer no es sólo el mecanismo para obtener energía, sino, para mucha gente, el único placer que les queda y el último reducto de libertad animal en este mundo robotizado.
Publicado originalmente en Vanidad, julio de 2012
Mickeymanan, Biomickey, y Natur DisneyHouse YA !
ResponderEliminarMmmmm, que sepsy!!
ResponderEliminarDe acuerdo pero, ¿por qué la chica tiene dos pies derechos?
ResponderEliminarjajajajajaj! es verdad! mierda, se lo van a achacar a la CocaCola, seguro
EliminarBuenísimo.
ResponderEliminarÚltimamente mi cerebro tiene esa dualidad.
Pero yo soy un tipo duro, de los que fumaba hace 10 años, así que voy a tener que dejar seducirme por esos trozos de glúcidos y montañas de sal, aderezados con aromatizantes y condimentados de manera que saben deliciosos.
Así que si veo un KFC, "si tal me paso..."
O yo me estoy haciendo muy mayor (35), o esto está muy bien, para los modernos subversivos, pero no tiene pis ni cabeza. Cuando paso por los fast food, veo sobre todo, gente que no se puede permitir comer mejor (la comida mala es barata) y gente sin ningún tipo de cultura (mucho menos gastronómica). Y todo eso de "yo estoy gorda y a mí me da igual" se va al garete en cuanto adelgazan y reconocen que eran gordas y felices, pero que ahora lo son más y se sienten mejor. Yo como comida basura, porque de vez en cuando, me gusta guarrear, pero de ahí a decir que los que comen mierda son subversivos... no sé no sé. Lo dicho, que me estoy haciendo mayor.
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