28 dic 2011

Juventud feliz


El otro día, en el metro, me senté en frente de un turista sudamericano que tenía una camiseta genial: “God is awesome”, ponía; y en ella había soles y arcoiris, y una dirección web, escrita en Papyrus, de alguna iglesia evangelista. En un momento determinado, el turista giró la cabeza, sonriente, e hizo notar al pasajero de su derecha que España “es un país pistonudo”. Días después, en un cercanías que volvía de la Sierra, en Madrid, coincidí con un puñado de chicos y chicas adolescentes de algún grupúsculo católico. Debían de volver de alguna acampada. Uno de ellos llevaba una guitarra española, y tocaba mientras todos cantaban al más puro estilo San Frascisco 67, con convicción y sin vergüenza. Cantaban versiones de Melendi, de Simon & Garfunkel, de Red Hot Chily Peppers, cantaban “Blowing in the wind” versión tuning cristiana… Aunque todo el vagón olía a hormonas, la escena era cándida incluso para un programa del Club Disney. Me puse a pensar en Pedro el Granjero, el ídolo de masas de la anterior edición de Granjero busca esposa, y su fascinante camiseta de Benedicto XVI. ¡Benedicto XVI! ¿Se puede ser más punk? Si Siouxsie comenzase su carrera musical ahora seguro que mataría por conseguir esa camiseta...

 La militancia cristiana va mucho a su bola. Revistas como Gesto, Aguiluchos, o La Atalaya (esta de los testigos de Jehová) han alimentado el imaginario pop de generaciones de jóvenes cristianos durante décadas. El mundo que representan tiene un contacto escaso con la realidad de la mayoría. Es como el reverso luminoso de la MTV. Algún grupo español de indie pop debería reivindicar ya ese mundo y esa estética. Increíble que tantos sigan tirando del rollo santas, beatas y funcionarias almodovariano, que ya no da más de sí. 

¿Pero a santo de qué viene esto? En agosto viene el Papa, y miles de jóvenes seguidores de todas las partes del mundo se liarán la manta a la cabeza para dormir en colegios y pabellones al más puro es tilo 15-M. Una meme en Facebook los ponía en el candelero hace semanas: “Pega esto en tu muro si quieres que cuando acampen las juventudes cristianas para ver al Papa, las fundan a porrazos los antidisturbios”. Ignoro si las juventudes cristianas están indignadas o no, aunque en realidad tienen motivos para sí estarlo: el mundo se ha convertido en un entorno bastante inhóspito para el modelo de sociedad con el que sueñan. Cuesta imaginárselos montando una revolución, protestando enérgicamente y emprendiendo acciones y happenings para lograr sus fines. Cuesta imaginarse un grupo de hacktivistas católicos dejando videos anónimos en la red ocultando su identidad tras caretas de Jesús. Las caretas podrían ser recortables del Jesús ese que abre y cierra los ojos según lo mires de frente o de lado. Sería inquietante. 

Como posiblemente me toque quedarme en agosto en Madrid, me tocará empaparme del momentazo “amo a Laura” que supone un evento de estas características. No pasa nada. Divino tesoro.

Originalmente escrito e ilustrado para Vanidad, julio de 2011

22 dic 2011

Red & Rum for Redrum

He pasado muchos y muy buenos momentos en Redrum, un local que tiene más de filosofía de vida que de pub/ discoteca al uso. Hacía tiempo que me había comprometido a hacer unos dibujos para decorarlo, pero por falta de tiempo no había podido empezar hasta hace poco. En principio, están concebidos como vinilos de 1,5 m. (Sí... mi ordenador echa humo), aunque aún no sé cómo terminarán.

La idea era hacer a Red y Rum, las dos gemelas repelentes de El Resplandor, ya creciditas, disfrutando de alguno de los cócteles del afamado local. Es muy posible que las mutaciones que las caracterizan hayan sido propiciadas por esos precisos brebajes. Por cierto, no puedo dejar de recomendaros el mojito de rana, un combinado de auténtica impresión.

10 dic 2011

Mi animal interior


Creo haber comentado aquí hace algún tiempo que en esta década los vampiros se habían convertido en los nuevos unicornios bajo la cascada. A fuerza de repetirse habían pasado a hablar más de sus fans que de ellos mismos. Y no muy bien, por cierto. Ambos acabaron por ser iconos vacíos de significado y de estética rechinante. Pero hoy no hablaré de vampiros, aunque sí de unicornios. Hablaré de cómo mientras otras imágenes pintorescas ocupaban su lugar, estos decidieron llamar a sus primos los pegasos y apartarse en silencio. Tal vez esperaban tiempos mejores en los que el público volviera su vista a recuerdos idílicos de la infancia. Y es que hubo un momento en el que tanto estos engendros mitológicos como los animales míticos de la pradera norteamericana compartieron algo más que pieles pintadas con aerógrafo y difuminados románticos. Durante aquellos tiempos fueron un símbolo adolescente de rebeldía libertaria. Y como los mullets y los solos de saxofón, acabaron por ser el chivo expiatorio de una época a la que no se le perdona su ingenuidad, y fueron relegados al status de basura blanca. Nunca llegaron a irse del todo, pero se habían visto forzados a sobrevivir en reducidas reservas naturales localizadas en mercadillos, ferias artesanales y fondos de armario de fans de Medina Azahara y Héroes del Silencio. Pero la moda es una cosa muy loca, y cuando nadie apostaba por ellos, unicornios, pegasos, lobos, bisontes, águilas de cabeza blanca y jefes indios en el horizonte volvieron a estar en todos lados, aunque esta vez significando otra cosa. Hace cinco años eran patrimonio de exconvictos y Napoleon Dynamite. Anteayer me sorprendió ver a tres niñas bien paseando por el barrio de Salamanca con medio Yosemite en la pechera. Tuve que ponerme a investigar. 

Con alguna excepción notable (Hidrogenesse en el video de Fuig llop fuig llop fuig; totalmente visionarios), no creo haber visto fauna épica a lo largo de la primera década de este siglo. Pero en el año 2009 una camiseta con tres lobos aullando a la luna se convirtió en un fenómeno viral y pasó a ser uno de los elementos más comprados en Amazon. Todo esto ocurría gracias, cómo no, a la ironía posmoderna. Posiblemente también a que las camisetas con animales épicos pertenecían a un pasado tan lejano que el problema de ser identificado como basura blanca por llevarlas ya había desaparecido por completo. Oficialmente, ya se podía lucir este atuendo sin ser tachado de nerd. Algo similar había ocurrido con las calaveras pocos años atrás. En el año 2011, la fauna libertaria se había adaptado a todos los hábitats urbanos posibles, algo no visto jamás.

 Yo creo que hay algo más que simple ironía en todo este revival. Una pasión inconfesable, como ocurre con los vampiros, de sacar a la luz nuestro yo secreto. ¿Se están entreabriendo las puertas del armario hippie? ¿O es que nos hace gracia pensar que en el fondo somos unos animales? Es curioso, porque otra de las imágenes recurrentes de los últimos años es la del humano con cabeza de animal. Los hemos visto ya en todos los sitios del mundo (publicidad, videoclips, fotografía de moda, ilustración, arte, etc.) y aún así el modelo no se agota. ¿No nos cansamos de verlo? No son animales humanizados, sino gente como tú y como yo, con sus ropas y actitudes humanas, viviendo en espacios urbanos. Cabezas de animal, caretas de animales, Animal Collective. Es posible que en realidad nos identifiquemos profundamente con una estética que busca nuestras diferencias en un mundo en el que cada vez nos parecemos más los unos a los otros. A lo mejor es algo mucho más sencillo: Aceptamos que Youtube es el universo de los gatitos, pero entendemos que el nuestro requiere mucho más que pequeños lacitos y bigotes en la nariz para abrirse paso en él. Después de todo, nadie quiere abrazar a todos los humanos del mundo.


Originalmente escrito e ilustrado para Vanidad, octubre de 2011

1 dic 2011

Walking Class Hero


Cuando George A Romero decidió grabar su ya famosa Noche de los Muertos Vivientes como una crítica al capitalismo salvaje, seguro que no pensaba que, 30 años después, sus zombis iban a salir de la tumba de las videotecas frikis para convertirse en el objeto de consumo de masas más desenfadado del momento. Digo esto a raíz del éxito de The Walking Dead, que ha puesto la puntilla a una tendencia que se veía en alza en el cine desde hace varios años, y tiene pinta de llevarse por delante a todos los vampiros ninis que dominaban el cotarro hasta hace bien poco. Lo que llama la atención de todo esto es que ha sido a partir del estallido de la crisis que nos devora cuando los muertos vivientes han reivindicado un lugar en nuestro imaginario pop. La masa informe, que no sabe muy bien hacia donde moverse en su continua búsqueda de alimento, da mucho miedo porque somos nosotros, o podríamos serlo en cualquier momento. ¿Será que tenemos miedo de nuestra propia decadencia? No sé, no sé. Será por eso, pues muchos se han subido ya al carro de una especie de conciencia de clase zombi, (que va a ser el disfraz que lo va a petar estos Carnavales) no sé si de forma consciente o no, pero que propongo desde ya que sea capitaneada por Belén Esteban, que de esto sabe un rato. Realmente, hoy en día, hay muchas más posibilidades de ser mordido por un muerto viviente que de serlo por un vampiro...

 Como decía antes, hasta hace muy poco la dominante en el monstruario mainstream eran unos vampiros más enfermizos que terroríficos, de naturaleza adolescente y atormentada, que nacían del Drácula de Coppola y se convertían en estampitas a partir de Entrevista con el Vampiro. Salvo honrosas excepciones, aquel que en su día aterrorizó los Cárpatos se había visto reducido a un pelele que susurraba estribillos de 30 Seconds to Mars a nuestras hermanas adolescentes. ¿Cómo no iban los zombis a hacerse con el control? Ellos representan un bocado de realidad en los terrores imposibles. Son feos, faltos de glamour, torpes y clónicos, son muchos y nada carismáticos, y no practican el sexo, ni falta que les hace. Disfrutar del universo zombi como reflejo de lo que somos, al menos en este momento, me parece un ejercicio de madurez encomiable. Por cierto, The Walking Dead tiene toda la pinta de acabar como Lost, cabreando a sus espectadores. A mí me da igual. Si quiero ver zombis no necesito una tele. Necesito un espejo.

Originalmente escrito e ilustrado para Vanidad, febrero 2011