El otro día me puse a echar cuentas.
Habían cerrado Megaupload y todo el mundo se quejaba de no saber qué
hacer con su ocio. Yo me sentía un poco confuso: me fastidiaba
perder el tren de series y películas recientes en versión original,
al mismo tiempo maldecía la dependencia de estímulos externos. Mi
generación, yo, tú, carecemos de imaginación. Intenté consolarme
haciendo un cálculo: Estimé una hora diaria de películas o series
visualizadas en streaming como media para un joven de mi entorno. Ok,
eso hacen 365 horas al año, o lo que es lo mismo, 15 días enteros,
noche y día. Tiempo suficiente como para ponerse en forma, escribir
un blog, aprender a tocar un instrumento o dominar un programa de
ordenador que ofrezca salidas laborales o beneficios sociales, como
3D Max, After Effects o Virtual DJ.
El mes anterior había escrito, un poco
en broma, que se podía refundar la idea de hogar como forma de
esquivar la crisis. Pero me ha sorprendido muchísimo que para
algunos el concepto hogar empiece y termine en Megaupload. “Home
is where the heart is”, nos cuentan los americanos en sus películas
glosando a Plinio a carrillos llenos. Yo siempre he sido más de
pensar que “hogar es el lugar donde nos refugiamos de la realidad”.
Y para mi generación, este escondite son las series a las que uno
vuelve después de un duro día de trabajo, un duro día de juerga o
un duro día de mierda. La verdad es que no me extraña. Nos hemos
acostumbrado a coger moho delante de joyas como The Wire o Breaking
Bad. Durante un breve lapso de tiempo hemos sentido las mieles de
sentirnos parte de un mundo de entretenimiento primermundista al que
no pertenecemos por derecho. Porque, seamos sinceros, vegetar delante
de La Fuga o El Barco requiere realmente fuerza
de voluntad.
Tenemos muchísima suerte de poder
disfrutar de toda esta cantidad de entretenimiento gratuito en tiempo
real. Lo que sea, lo último en cualquier parte del mundo. Y
no hablo sólo de series de tv, que parecen ser las estrellas de rock
del segundo decenio del milenio (y que han creado un fenómeno fan
sin precedentes en la historia de las cadenas de televisión), sino
de cualquier tipo de expresión cultural susceptible de ser
encapsulada en un formato digital. La gran ventaja no es solo la
infinita oferta de productos de calidad para seleccionar a la carta,
sino que si eres una persona inquieta puedes absorber las novedades,
las tendencias, las escenas, e incorporarlas a tu trabajo/ afición/
pasatiempo. Y esto es algo tan beneficioso para ti como para los que
disfrutarán del resultado, si es que este llega a alguien. Por
supuesto, el universo Megaupload tiene su lado oscuro: los musgos,
las telarañas y los helechos que le crecen a uno cuando decide
dedicar todo su tiempo libre a dejarse enredar en sus infinitos
servidores. De hecho, Kim Dotcom (fundador de Megaupload) es algo así
como el prototipo de usuario definitivo de esta plataforma digital.
Un señor de alucinante aspecto alienado con el cuerpo moldeado a
imagen y semejanza del puff de su habitación, que transpira THC y al
que le caben 500 petabytes en cada carrillo.
Aún no siendo muy amigo de perder
tardes enteras descifrando captchas y reiniciando el router, y
mirando con desconfianza a aquellos para los que esto es el único
ritual de la vida, siento que la cultura de Megaupload ha traído
algo bueno consigo: un nuevo tipo de espectador puro, más activo,
que decide y que juzga por sí mismo. Sería perfecto si
entendiéramos que las series y películas que atesora poseen las
claves para ayudarnos a interpretar nuestras vidas. Pero dejar que
estas nos sepulten es otra cosa muy distinta. Del Gordo al
HypnoToad de Futurama hay sólo un paso.
Escrito originalmente para Vanidad, febrero de 2012