Se me hace imposible pensar que hay un
Dios que nos ve desde arriba, jaleando borrachos las ocurrencias de
un tipo vestido de polla gigante, y no piensa en borrarlo todo y
volver a empezar.
Las despedidas de soltero me ponen un
poco triste. Esas con penes en la cabeza, con camisetas o con
carteles de “se busca retrasado mental”. Con amigas y amigos
aplicando la mecánica de la diversión futbolera a la vida real. Me
hacen gracia, me río un rato con ello,y luego se acaba. No me
provocan indignación, ni me muero de vergüenza ajena ni nada. Pero
creo que plasman a la perfección la naturaleza del ser humano. “Si
no puedes con ello, ríete de ello.”
Las despedidas de soltero reflejan
mejor que nada la idea que la sociedad, a grandes rasgos, tiene de la
diversión y de la vida. Esa “última gran juerga”, el homenaje
al paraíso perdido de la libertad y la soltería, se condensa en
pollas y tetas, mucho ridículo y nada que nos pueda comprometer
demasiado. Cuando veo a este tipo vestido de pene gigante con sus
amigotes tocándole el culo, mi sensación de asombro se ve
contrarrestada por la certeza de que la intención inicial era pasar
la noche más loca de sus vidas. Dejar el recuerdo imborrable de una
época que se acabó, y dar rienda suelta a los últimos coletazos de
salvajismo que le queden a uno. En pocas palabras, pasar por la
vicaría sintiéndose realizado.
Hay que reconocer que el elenco de
opciones del que disponemos para ello es excepcional: De los carteles
humillantes con foto a camisetas ocurrentes, todo es poco para
nuestra explosión dionisíaca. Atributos masculinos y femeninos en
diademas, luces y neones, varitas mágicas... Los espectáculos de
striptease me parecen fascinantes, así como todo lo que responde a
esta lógica del sí pero no. Pero llega un punto en el que no sé si
se trata de celebrar el paso de un estado civil a otro, o,
simplemente, de divertirse creando el momento social más incómodo
posible. Si no, que alguien me explique los disfraces de bebé en
pañales, de marinero de raso o de plátano. No estoy seguro de que
uno siempre se lo pase mejor vestido de plátano. Y no estoy
diciendo que os tengáis que embarcar en una orgía con MDMA todos
los amigos, pero ¿cuál era el sentido de todo esto? Nos defendemos
de la vida haciendo parodias de la vida.
Me gusta mucho la gente que celebra
espontáneamente momentos, que responde a la lógica del “cualquier
ocasión es buena”, y creo que es la gente más divertida que
existe. A mí me gustaría ver gente celebrando de todo, la idea más
peregrina. Pero la sensación que me da al ver una de estas
comparsas es precisamente la contraria: cuando tienes que ritualizar
tu diversión es que no sabes divertirte. Cuando terminas por hacer
un paripé del sexo, del exceso y de la amistad, para rendirles un
homenaje, es que has pasado de puntillas por la vida en muchas
ocasiones. Ocurre en todos lados. Me siento fatal cuando veo esos
anuncios de Ashley Madison, pienso, “quién necesita una empresa
para tener una aventura?” No porque sea la cosa más fácil del
mundo, (que habrá para quién lo sea,) sino porque el servicio en sí
es deprimente: te ahorra el tener que valerte por ti mismo, el
descubrir cómo
hacer las cosas en este mundo. Moriremos sin saber nada de esta vida.
¡Pero que no se diga que no lo hemos celebrado!
Originalmente escrito e ilustrado para Vanidad, junio de 2012. Ya tenía ganas de hacer un dibujo en plan Fauna Mongola!!!
Originalmente escrito e ilustrado para Vanidad, junio de 2012. Ya tenía ganas de hacer un dibujo en plan Fauna Mongola!!!
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