26 jun 2012

Despedidas de solter@


Se me hace imposible pensar que hay un Dios que nos ve desde arriba, jaleando borrachos las ocurrencias de un tipo vestido de polla gigante, y no piensa en borrarlo todo y volver a empezar.

Las despedidas de soltero me ponen un poco triste. Esas con penes en la cabeza, con camisetas o con carteles de “se busca retrasado mental”. Con amigas y amigos aplicando la mecánica de la diversión futbolera a la vida real. Me hacen gracia, me río un rato con ello,y luego se acaba. No me provocan indignación, ni me muero de vergüenza ajena ni nada. Pero creo que plasman a la perfección la naturaleza del ser humano. “Si no puedes con ello, ríete de ello.”

Las despedidas de soltero reflejan mejor que nada la idea que la sociedad, a grandes rasgos, tiene de la diversión y de la vida. Esa “última gran juerga”, el homenaje al paraíso perdido de la libertad y la soltería, se condensa en pollas y tetas, mucho ridículo y nada que nos pueda comprometer demasiado. Cuando veo a este tipo vestido de pene gigante con sus amigotes tocándole el culo, mi sensación de asombro se ve contrarrestada por la certeza de que la intención inicial era pasar la noche más loca de sus vidas. Dejar el recuerdo imborrable de una época que se acabó, y dar rienda suelta a los últimos coletazos de salvajismo que le queden a uno. En pocas palabras, pasar por la vicaría sintiéndose realizado.

Hay que reconocer que el elenco de opciones del que disponemos para ello es excepcional: De los carteles humillantes con foto a camisetas ocurrentes, todo es poco para nuestra explosión dionisíaca. Atributos masculinos y femeninos en diademas, luces y neones, varitas mágicas... Los espectáculos de striptease me parecen fascinantes, así como todo lo que responde a esta lógica del sí pero no. Pero llega un punto en el que no sé si se trata de celebrar el paso de un estado civil a otro, o, simplemente, de divertirse creando el momento social más incómodo posible. Si no, que alguien me explique los disfraces de bebé en pañales, de marinero de raso o de plátano. No estoy seguro de que uno siempre se lo pase mejor vestido de plátano. Y no estoy diciendo que os tengáis que embarcar en una orgía con MDMA todos los amigos, pero ¿cuál era el sentido de todo esto? Nos defendemos de la vida haciendo parodias de la vida.

Me gusta mucho la gente que celebra espontáneamente momentos, que responde a la lógica del “cualquier ocasión es buena”, y creo que es la gente más divertida que existe. A mí me gustaría ver gente celebrando de todo, la idea más peregrina. Pero la sensación que me da al ver una de estas comparsas es precisamente la contraria: cuando tienes que ritualizar tu diversión es que no sabes divertirte. Cuando terminas por hacer un paripé del sexo, del exceso y de la amistad, para rendirles un homenaje, es que has pasado de puntillas por la vida en muchas ocasiones. Ocurre en todos lados. Me siento fatal cuando veo esos anuncios de Ashley Madison, pienso, “quién necesita una empresa para tener una aventura?” No porque sea la cosa más fácil del mundo, (que habrá para quién lo sea,) sino porque el servicio en sí es deprimente: te ahorra el tener que valerte por ti mismo, el descubrir cómo hacer las cosas en este mundo. Moriremos sin saber nada de esta vida. ¡Pero que no se diga que no lo hemos celebrado!

Originalmente escrito e ilustrado para Vanidad, junio de 2012. Ya tenía ganas de hacer un dibujo en plan Fauna Mongola!!!

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